Por: Dr. Fausto Mota García
(A la memoria de Erasmo Vásquez y Francisco Sánchez (Pancho), a la salud de Alcedo Hernández, una triada a quienes juzgo revolucionarios auténticos y coherentes en término de sentimiento, pensamiento y actuación).
Al volver la vista atrás, me encuentro con la sorpresa, de que no soy tan joven como pienso, ni como siente mi cuerpo; el pasado 11 de septiembre; atónito por recuerdos de hechos sucedidos, me percato de que pasaron cincuenta años de la desaparición física del gigante de América; del Compañero Presidente Salvador Allende.
Parece que fue ayer, recuerdo que en esos tiempos militábamos en la izquierda revolucionaria, y coincidí en un acto en la comunidad Los Hornos, La Vega, con el dirigente político Don Mario Fernández Muñoz, que a la sazón era dirigente del PRD, pero que venía de la izquierda revolucionaria de esos tiempos.
Me correspondió un turno en nombre de la juventud invitada, y recuerdo que con verbo encendido terminé: acongojado, triste y colérico refiriendo los hechos sucedidos ese día en Chile con el Presidente de la Dignidad. Don Mario, al final de mis palabras me mandó a buscar, y me preguntó cómo me había enterado de esa noticia, y por qué dominaba con tanta lucidez el tema internacional, él tomó un turno nuevamente, (ya había hablado); y refirió que mi participación había sido excepcional, externó algunos elogios sobre quien suscribe que desencadenaron en una sólida amistad entre él y yo que sólo terminó, terrenalmente, con su partida irreparable.
Al pasar cincuenta años de tan nefasta decisión, concluyo que: a pesar del planteamiento de Carlos Gardel “el tiempo no se detiene, prosigue su agitado curso, pero deja huellas imborrables”. Ahora valoro que, no obstante, la juventud y sus pasiones consustanciales; no estábamos equivocados cuando afirmábamos que: “Allende se agigantaría en el tiempo, y que los Gorilas Asesinos serian juzgados por la historia.
Así ha sido. Él volvió a nacer en la memoria de los hombres y mujeres americanos y revivió en la figura del comandante Chávez; y ya no morirá jamás en el sentimiento y en la historia de nuestra América de siempre.
El Ciudadano Presidente fue derrocado un 11 de septiembre del año 1973, mediante el abuso, humillación, prepotencia y componenda de las fuerzas internas de su país y las fuerzas del imperio; que de manera desalmada bombardeó inmisericordemente el palacio La Moneda; destruyendo la incipiente democracia que surgía con matices humanos y solidarios.
Tal como expresara Pablo Neruda, (quien exactamente, doce días después del golpe, ya enfermo, murió abatido por la nostalgia del terrible acontecimiento) y replicó con lucidez incomparable que: “Podrán cortar todas las flores, pero jamás cortar la primavera”.
Con el implacable bombardeo a La Moneda destruían, lo que con frescura inenarrable surgía: “la igualdad, el respeto, la producción, el pluralismo, y el derecho de los obreros a vivir con decencia y gallardía”.
Se cumplen ahora cincuenta años también, de las palabras del Presidente Allende cuando acorralado en “Palacio” recibió el respaldo de su pueblo agradecido, y él le dijo: “América volverá a abrir las alamedas, la democracia se impondrá sobre los tanques”. Y al agradecer a las trabajadoras que laboraban horas extras para hacer parir a las fábricas-empresas mayores niveles de riquezas para la Patria Amada; en una expresión lapidaria e inolvidable, minutos antes de ametrallar su propio cuerpo, Salvador Allende, sentenció: “pagaré con mi vida, la lealtad del pueblo”.
Que viva para siempre el pudor, la vergüenza y el valor. Allende forma parte de la expresión más alta de dignidad de nuestra América, que encabezan indudablemente: Fidel Castro, Ernesto Guevara (el Che), Hugo Chávez, Hostos y Juan Emilio Bosch y Gaviño.














