Por: Dr. Fausto Mota García
«Los entusiastas saltan cada amanecer el cerco de un jardín para aspirar el perfume de nuevas flores»
José Ingenieros
En el colofón de este periodo escolar retomo este trabajo, y con él asumo con vehemencia la apuesta por la vida y el amor. El inmenso Víctor Hugo, autor de la obra “Los Miserables”, afirmaba: “El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido y para los valientes es una oportunidad”. Esta aseveración define que en la mente y actitud del hombre reside su grandeza o pequeñez. Lo que para el futurista es oportunidad, para un pesimista es debilidad.
De ahí lo delicado de percibir las cosas negativamente. En cada dificultad, sin percibirlo, se encuentra una formidable oportunidad, que sólo la descifra quien lucha, discrimina y persevera.
La vida debemos vivirla con entusiasmo, pasión, determinación y asertividad; a los fines de hacer realidad nuestro proyecto de vida. Esta reflexión analógica la refiero ocasionalmente a mis alumnos, al percibirlos con mente y espíritu perturbados por pequeñeces y simplezas; cosas que con una sonrisa, ipso facto, se resuelven. Estoy convencido que cada individuo viene a la tierra con una misión personal que determina sus acciones, comportamientos, es decir, algunos encuentran satisfacción y grandeza en el dinero, otros en: poder, gloria, carne, el conocimiento, el servicio, un apostolado, en fin; en aquello que lo hace sentir realizado.
Es pedagógico señalar, sin embargo, que lo que hace en realidad relevante al individuo es el conocimiento, su visión cosmológica y sus categorizaciones, sus obras positivas, aquellas que pueda realizar a favor de la colectividad. Adquiere singular trascendencia una expresión que me gusta mucho de San Agustín, que dice” Lo que hayas amado quedará, el resto sólo cenizas será”.
Permítaseme hacer un paréntesis y narrar un pasaje que he leído de diferentes maneras, aunque con significado similar: “Dícese que, al construirse en Roma la famosa Capilla Sixtina, construida entre los años 1473-1481 en la ciudad del Vaticano, y que está ubicada a la derecha de la Basílica San Pedro; un sociólogo para auscultar el temperamento de los obreros, se acercó a tres grupos que realizaban similares labores y les preguntó qué estaban haciendo. Y recibió las respuestas siguientes: El primer grupo le dijo: “Nos ganamos el pan de cada día”. El segundo grupo, afirmó: “Ya lo ves, estamos tallando piedras para colocarlas en esta construcción”. Y el Tercer grupo sentenció: -lleno de entusiasmo y con los ojos luminosos de emoción-,” estamos construyendo una hermosa Catedral; con la cual seremos recordados para siempre en la historia”. No obstante, todos estaban realizando el mismo trabajo con idénticos salarios”.
Quedé impregnado del significado y proyección de este relato, y después de asimilarlo, siempre con mucho más vehemencia de lo acostumbrado, cada día, sin importar las labores que las circunstancias me asignen; pienso que estoy construyendo la inconmensurable “Catedral de mi Vida”. Mis hijos y alumnos de tanto escucharme, han hecho de esta filosofía, una cultura de vida.
Hace unos días, me encontré en el campus universitario con tres de mis estudiantes: (Caleb, Ricnell y Yornely) y al saludarme con respeto y despedirse, me dijeron: “Profesor, estamos haciendo un gran esfuerzo, mayúsculo; porque pretendemos ser fuertes columnas de “La Catedral que Usted Construye”. ¿Amables lectores; comprenden ahora el porqué de mis desbordantes entusiasmos en estos momentos irrepetibles de mi vida? ¡Es que sencillamente, estoy construyendo, “Mi Enorme Catedral”.
¡Amén!