Manuel Campo Vidal
Madrid, España
La guerra de Ucrania remueve todo. La interpretación que se hace de los acontecimientos fomenta una desconfianza creciente hacía la Unión Europea. Estiman algunos gobiernos latinoamericanos, tal como reflejan bastantes comentaristas y medios, que no se hubiera tenido que llegar hasta esta situación. Los simpatizantes de Moscú deslizan la idea de que la invasión fue la consecuencia de haber planteado el ingreso de Ucrania en la OTAN. Fue un error, sin duda, pero no justifica una guerra que más bien responde al ansía nostálgica del viejo imperio ruso que Putin encarna.
El problema ahora es dónde ha llegado este hombre que, ya desesperado, buscando una puerta de salida que no encuentra, advierte que “ésta es la década más peligrosa desde la Segunda Guerra Mundial”. Inquietante.
El malestar por la guerra no es exclusivo de Europa. A Estados Unidos le va bien porque vende más gas, más petróleo, armas y tecnologías de última generación, aunque ya siente la inflación. El resto de América nota las consecuencias del conflicto en la cesta de la compra y en el combustible, cada vez más caro. Crece el enfado popular. Despejada la incógnita brasileña en favor de Lula, todo acrecienta la incertidumbre sobre el decisivo año 2023 que es preelectoral en varios países estables de la zona, como Panamá y República Dominicana. Pero sobre todo, en Estados Unidos.
Biden está de salida y Trump, loco por volver. El demócrata no irá a la reelección por su aparente envejecimiento acelerado. Intentarlo sería un suicidio. En cambio, el republicano solo dejará de postularse de nuevo como presidente si se lo impiden los tribunales, o el Congreso. Se le acumulan problemas judiciales por el fisco, por el intento de falsear las elecciones, por el asalto al Congreso y por ocultar en su casa de Florida documentos secretos que se llevó de la Casa Blanca.
Lo tiene difícil pero, por si lo inhabilitan, ya está listo un inquietante programa de desestabilización que incluye la desobediencia civil y que no excluye la violencia contra instituciones, como se vio en el asalto al Capitolio. Ahora hemos sabido que, en aquellas críticas horas, el entorno de Trump, incluida su familia, trataba de que abortase la operación; pero él es imparable.
Cinco muertos y una catástrofe de imagen costó el despropósito, que hubiera podido ser bastante más sangriento. Del clima de polarización e histeria actual, da cuenta el intento de asesinato a martillazos de la presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi. No estaba el viernes pasado en su casa pero el conspiracionista asaltante hirió a su marido.
En medio de esa desconfianza latinoamericana creciente hacia Europa, la esperanza allí se llama Josep Borrell, Alto Representante de Exteriores y Seguridad. Es la única autoridad europea real que habla y visita la zona. Recientemente en Argentina y Chile -se nacionalizó argentino en homenaje a su padre, nacido al pie de los Andes, hijo de un emigrante catalán- el político español aseguró que empieza un nuevo tiempo. Sus declaraciones han resonado en todo el continente. El Diario Libre Metro de Santo Domingo, el pasado jueves, elogiaba a Borrell por declarar que “reconocemos que América Latina y el Caribe no han recibido por parte europea la atención estratégica que merecen. Toca despertar. Proponemos una profundización de nuestras relaciones”.
Hace exactamente un año, Borrell en una intervención en Next Educacion había diagnosticado el problema: “América Latina no está en el radar de la Unión Europea”. Del diagnóstico quiere pasar al tratamiento con urgencia. Así sea.