David Lorenzo
El periodista tiene dos funciones importantes, una individual y otra social, y en cualquier de las dos, si quiere hacer un ejercicio independiente, honesto, en defensa de la democracia, de los más débiles y enfrentar los demonios de la sociedad, no debe estar al lado o detrás del poder, sino de frente.
El periodista no puede estar cercano del poder que éste le clavará su aguijón. Podrá conseguir contratos millonarios, mansiones, yates, cuentas bancarias y otras cosas, pero no tendrá dignidad y será un muerto en vida y una vergüenza social.
Por el contrario, si decide estar de frente al poder, no deberás sentir miedo ni temerle a nadie, sino todo lo contrario, es a él a quien hay que temer, porque nadie puede ser más temido, que aquel que tenga una libreta y un lápiz y los sepa utilizar. Esta verdad cualquier periodista debe atarla a tu cuello y escribirla en la tabla de su corazón.
Si lo decide así, es probable que transite por el camino de la precariedad económica, pero recorrerá el de la grandeza moral, único bien que se puede llevar a su tumba y ser heredado por perpetuidad.
Ese profesional, aún sea asalariado y tenga que cubrir las incidencias cotidianas y rutinarias, es decir, el periodismo del día al día, el que se hace sin muchos esfuerzos, el rosa y el que practica casi todo el mundo, debe salirse por su cuenta de ese patrón, tomar iniciativas y mirar más allá de esas noticias.
Cubrir una fuente noticiosa y esperar todos los días que el encargado de prensa le suministre las notas, eso es el periodismo de perder el tiempo.
Peor aún, elogiar y vociferar a cualquiera que tenga una cuota de poder como: ¡Ese si es bueno! ¡Ese resuelve! entre otras expresiones similares, es estar arrodillado en el último grado de la humillación.
Durante su ejerció profesional el periodista nunca deberá pedir o recibir ayudas o beneficios de cualquier tipo, regalos, cobrar sin trabajar, beneficiar a parientes o allegados o entrar en contubernios con los poderosos, porque constituye un delito agravado.
Deberá procurar ser lo más objetivo, sin utilizar adjetivos para describir situaciones, porque oscurecen la narrativa y traicionan el subconsciente, ya que dejan entrever las concepciones ideológicas.
Nunca los periodistas pueden perder su tiempo frente a los gobernantes para elogiarlos, porque la mayoría se marea con facilidad. Es menos vergonzoso quedarse callado. En ese ejercicio ético, un periodista no puede ser ni amigo ni enemigo de presidentes, jefes militares o policiales, líderes religiosos o empresariales, sino simplemente lo que es.
Pero, en ese rol, tampoco puede creerse que es un pontífice que lo sabe todo y que es infalible, por muy hacedor de opinión que sea, porque cualquiera, por más idiota que sea, si está frente a un micrófono puede resolver todos los problemas del mundo y hasta descifrar los enigmas del universo.
En definitiva, un buen periodista debe enfrentar el poder, no tenerle miedo, hacer preguntas incómodas y molestosas, cuestionar y procurar que se rindan cuentas y que le teman, porque por el contrario, lo otro es rendirse, claudicar, dejarse aguijonear y hasta ser una vergüenza social.
Nota: El autor es periodista y abogado de la República Dominicana.