Manuel Campo Vidal
Madrid, España
Cuando hay crisis económica, la ultraderecha crece. Cuando hay tensión política, los estrategas de la provocación salen de sus refugios. Algo de eso pasa porque esta semana reaparecieron, como si estuvieran compinchados, los expresidentes Donald Trump y José María Aznar. Al tiempo, se superaron en el arte de la agresión verbal portavoces del partido ultraderechista Vox y del independentismo catalán.
Trump, acuciado por problemas fiscales en Nueva York, anunció que viajará el miércoles a la frontera mexicana para visitar el muro inconcluso que él promovió; y lo hará con la idea de desestabilizar tanto como pueda. Biden ha enviado de urgencia a su vicepresidenta Kamala Harris a El Paso para recordar a los inquietos republicanos tejanos que en Washington también piensan en ellos. Entretanto, Aznar, a propósito de los indultos a los condenados por sedición en Cataluña, ha arremetido contra el empresariado y contra la Iglesia por aceptar la medida de gracia concedida por el Gobierno y ha lanzado esta gráfica advertencia: “Son días para apuntar y no olvidar”. Aviso a navegantes.
Antonio Machado, escribió un poema en 1912, cantado más de medio siglo después por Joan Manuel Serrat y que aún se escucha, retratando el enfrentamiento tradicional de dos formas de afrontar los problemas nacionales: “Españolito que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. La Transición democrática y la modernización del país archivaron aquellas dos Españas, pero los dos extremos aún perduran y hacen lo posible por congelar la convivencia pacífica. La extrema derecha, que no solo anida en el partido Vox, se ha acreditado como una fábrica inagotable de adjetivos descalificadores al Gobierno del socialista Pedro Sánchez. En sede parlamentaria -por tanto amplificando su gravedad- se han escuchado contra el Gobierno esta semana epítetos como “traidor”,”cobarde”, “miserable”, “vileza moral”, “entelequia imbécil” y otras lindezas. Todo a cuenta de los indultos a nueve políticos catalanes que desde la misma puerta de la prisión que abandonaban condicionalmente descalificaron, por insuficiente, la medida de gracia. Con tono aún peor, los partidarios del ex presidente huido Carles Puigdemont, trataron de cerrar la pinza sobre Sánchez. Y los CDR (Comités de Defensa de la República) anuncian una nueva concentración por la presencia en Barcelona del rey Felipe VI, el jefe del Estado español. Los extremos se realimentan abusando de la paciencia de la hastiada sociedad civil.
Tanto esfuerzo descalificador merecería ser reconocido en unos premios internacionales de nueva creación. En la categoría de “presentar alternativas de gobierno” o de “salidas políticas viables”, ni la derecha española ultramontana ni el independentismo catalán, lograrían reconocimiento. Pero triunfarían en un apartado de “innovación descalificativa”, o algo así. Y, sin duda, los indultados acapararían los galardones relativos a la “Ingratitud manifiesta”.
Excitado el ambiente por una prensa madrileña tan explosiva que, según Enric Juliana, “hay que leer con chaleco antibalas”, reconfortan artículos como el del influyente periodista Antoni Puigverd, residente en Girona, zona cero del independentismo catalán : “Hace diez años que reclamo un gesto claro de pacificación. A quien finalmente lo hace, no le escatimaré el aplauso, Gracias, presidente Sánchez. Por corregir una sentencia francamente exagerada y por pensar en nosotros los invisibles. Tenemos los músculos y los ánimos muy cansados de intentar separar a los que se pelean”. Ya lo decía el poeta: que “nos guarde Dios”.