Oscar López Reyes
El nombre sonoro y celestial del presidente de la República zumba con prestancia y galantería, y sus palabras y gestos son erectamente interpretados por subordinados, para el buen desempeño y proteger sus grandes o medianos sueldos, y otras veces son retorcidos o desfigurados (mensajes biunívocos o de doble decodificación), sin el lastre de la mala fe. El respeto idolatrado y la adulonería abultan los contenidos, como las gafas que hacen que los empleados vean más rollizas las panzas de los jefes y aventadas las narices de los perros “viralatas”.
Chupatintas ilustrados de escritorios estatales, y no sólo los de las chácharas del populacho, distorsionan como moribundos los mensajes selectivos presidenciales que operativizan el andamiaje burocrático oficial y que -¡válgame Dios!- intranquilizan y trastornan innecesariamente a los receptores en función de subalternos.
Más que por la priorización de los ordenadores, en la trampa de su virtuosidad, el lenguaje de los superiores enmaraña la comunicación interna gubernamental por la intertextualización/extratextualización (o descontextualización: poner y quitar) de los suspicaces e hiperexigentes en roles de autoritarios.
Aun estando escritos, los recados del jefe de Estado se distorsionan. Para ejemplificar, imaginariamente redactamos un texto que titulamos “La ética presidencial”, para que sea difundido como testimonio de lo que nadie se extrañe que pueda ocurrir, en una nación en la cual abunda la alterabilidad intimidatoria inconsciente psíquica oficial. Esa misiva interna formal baja a la plantilla por memorándum de papel, intranet, página web, e-mail, etc.
¿Quiénes escriben? Los jerarcas o enjaulados de rangos medios, con breteles puestos y que tuercen la boca para dictar las ordenanzas; los serios que no se ríen aunque se saquen la lotería, los que de sus labios atosigan diciendo: “por instrucciones expresas del señor Presidente”; los que casi sin comer no dejan respirar sus sillones durante 20 horas diarias, los que sin pérdida de tiempo cancelan a quienes critican la gestión gubernamental, y los que no se peinan las barbas sin explicitar los móviles.