Angel Gomera
El conflicto es un elemento dinamizador, que sirve para movilizar el contexto de las relaciones sociales. Claro siempre que actuemos de manera oportuna en su abordaje, ya que, si no se procuran las vías de soluciones a tiempo, se puede enquistar de manera severa, cuan parecido a la reacción de un cáncer agresivo en un organismo, deteriorando las relaciones y poniendo el enfrentamiento en el contexto de lo irreversible. Es que debemos entender que el conflicto mal encauzado tiende a escalar vertiginosamente en situaciones más complejas y dramáticas. Esta escalada supone un crecimiento progresivo de la hostilidad entre las partes enfrentadas que multiplica los malentendidos, las traiciones, los ataques, contraataques personales, se agigantan los resentimientos y se crea una atmósfera de odio que envenena el ambiente. Esto muy bien lo plantea Johan Galtung al inferir que ¨cuanto más básicos son los intereses en conflicto, mayor es la frustración si estos no son conseguidos. La frustración puede conducir a la agresión, que puede ir desde una actitud de odio hasta el empleo de la violencia hacia los actores que obstaculizan la consecución de ese o esos intereses¨.
Esta actitud reactiva está ínsita en nuestros genes, dado que el conflicto es inherente a la naturaleza humana y está muy ligada a instintos básicos de supervivencia. Es bueno precisar en ese orden que, aunque la genética tiende a influir en nuestra manera de comportarnos, no lo explica todo. El ambiente tiene un importante papel para modularla, para acabar determinando que unas características genéticas se expresen o no. Es decir, los genes predisponen, pero es definitivamente el ambiente lo que hace que se manifieste. En ese sentido el profesor de Antropología Carles Lalueza de la Universidad de Barcelona, se refiere al respecto con claridad y precisión, cuando sostiene que, aunque ¨las conductas sociales tengan una base biológica no significa que sean fijas e inamovibles; el determinismo biológico es falso, no somos máquinas programadas por nuestros genes, sino que en última instancia podemos decidir entre el bien y el mal. ¨
De ahí es que, ante los conflictos, hay que saber discernir, escuchar, aprender y cambiar; en el entendido de que los mismos son difíciles de hacerlos desaparecer porque son fruto de la propia interacción humana. Dicho lo anterior, debemos tener presentes que, lo que realmente afecta no es lo que sucede, sino cómo reaccionamos a lo que nos sucede. Ahí estriba la gran disyuntiva, de saber tomar la decisión más adecuada y oportuna, ante tantos intereses envueltos y en disputas.
Es que en el conflicto encierra decisiones, que te pueden situar en un momento dado entre el bien o el mal. Esto lo explica claramente Sun Tzu (480-211 A.C.) en su obra “El Arte de la Guerra”, cuando se refiere a que: “El conflicto es luz y sombra, peligro y oportunidad, estabilidad y cambio, fortaleza y debilidad, el impulso para avanzar y el obstáculo que se opone. Todos los conflictos contienen la semilla de la creación y la destrucción”.
En la República Dominicana desde la desaparición de la dictadura trujillista, uno de los inconvenientes que ha afectado a los partidos políticos es el mantenimiento de su unidad. Es que los mismos se exponen frecuentemente a conflictos internos, que en la mayoría de las ocasiones se tornan desastrosos, generando profundas tensiones y fraccionamiento que incide negativamente en la democracia; y todo esto, se debe a la incapacidad de ponerse de acuerdo o de procurar mecanismos para resolverlos, sin tener que llegar a daños irreparables o extremos en términos personales e institucionales.
De ahí es pues que los partidos políticos deberán abocarse a generar en su interioridad un cambio cultural, en la manera de prevenir, gestionar y transformar los conflictos. Esto debe ser una necesidad, ya que, para ser más eficaces, ganar confianza en la población, mantener la unidad y ser más competitivos deben ser competentes o capaces de resolver sus pugnas internas sin escisiones tan lamentables y discordantes.
En la actualidad se trabaja poco en la prevención del conflicto a lo interno de los partidos políticos, y únicamente se aborda el mismo cuando éste se ha recrudecido, y normalmente, no queda otra vía que la judicial para intentar su solución. Y qué bueno que tenemos al alcance esas vías judiciales, pero entendemos que no deben ser las únicas formas de resolverlos.
Más allá de las crisis o realidades, es ostensible que no todos los conflictos son iguales ni exigen la misma respuesta; hay conflictos en los cuales la mejor sentencia no podrá ser una solución adecuada. Por eso es importante la implementación y aplicación de los mecanismos de resolución alternativa de conflictos en el sistema electoral dominicano, a fin de evitar la intervención judicial excesiva, por ende, rebajar el nivel de litigiosidad en conflictos que pueden ser resueltos por las propias partes involucradas previo a la judicialización, sin necesidad de saturar el sistema de justicia.
Es en ese orden, se hace necesario que las distintas élites políticas tomen conciencia de que posibilitar un idóneo y oportuno manejo de los conflictos, a través de nuevas vías o formas para la resolución de estos, distintas a la jurisdiccional, se conseguirá una evidente mejora de la confianza en el sistema de partidos y de la calidad de la democracia en nuestro país.