La Redacción
Santo Domingo
Sorayda Peguero Isaac nació en Haina. Vive en Sabadell, Barcelona. Tiene una columna de opinión semanal en el diario El Espectador. Y ya es autora de Tusquets. Son pequeños logros para alguien que no escribe para figurear. La literatura es parte de su vida, no su vida en sí. Escribe por una necesidad interior.
Fue una estudiante acusiosa desde la primaria. En algunas crónicas de su recién publicado libro “Por aquí pasó una luciérnaga”, refiere la impronta de algunos profesores ejemplares y la importancia de las experiencias. Ahora mismo no demuestra que la felicidad la arropa. Ella continúa escribiendo sus columnas para El Espectador y acomete los encargos que le encargan desde ese diario latinoamericano como corresponsal del mismo en España. Haciendo tutorías, corrigiendo libros de otros autores, entre otras tareas propias de su profesión, se gana la vida.
En esta entrevista sale a la luz la verdadera Sorayda. Escueta, precisa y sabia. Esa que no busca cámaras ni espacios estelares.
¿Tienen las luciérnagas mucho que ver en su vida?
Las luciérnagas llegan a mí como una metáfora de la brevedad de la vida. Una imagen que se me presentó mientras escribía sobre una tía que adoro, y que ya no está.
¿Cómo se le ocurrió la idea del libro?
La idea del libro no fue mía, sino de mi editor, Mario Jursich.
¿Cuándo y de qué forma usted fue descubierta por el diario El Espectador, hoy en día, uno de los más influyentes de América?
Esa fue una jugada del azar. Una periodista colombiana se puso en contacto conmigo, a propósito de un artículo que escribí para un reportaje fotográfico que se publicó en España. Me habló de El Espectador y me sugirió que ellos debían conocer mi trabajo. Pocos días después, el jefe de redacción del periódico leyó una selección de los artículos que yo había publicado hasta ese momento. Así empecé a escribir para las páginas culturales de El Espectador, y tres años más tarde me ofrecieron escribir una columna para la sección Opinión.
¿Qué tiempo lleva escribiendo allí? ¿Usted propone los temas?
El próximo mes de julio, cumpliré nueve años escribiendo para el periódico. Durante este tiempo he propuesto la mayoría de los temas que he publicado. Es una de las cosas que más valoro, la plena libertad que tengo para trabajar. También me han hecho encargos especiales y he participado en series de artículos creados por el equipo de Cultura.
¿Cómo ha sido su labor de corresponsal en España de ese diario?
Es una experiencia enriquecedora en muchos aspectos, y un reto que se renueva constantemente. Me gustan los retos.
¿Probó fortuna o se fue del país para cumplir el sueño de su vida de ser una escritora?
Escribir es una de mis maneras de estar en el mundo. Creo que mi relación con la escritura se estropearía si empezara a verla como el sueño de mi vida. No quiero imaginar lo que pasaría si, teniendo esa idea, esa visión de sueño, llego a creer que ya lo cumplí. Entiendo la escritura como una expresión natural de mí misma. Emigrar no fue una apuesta para “probar fortuna”. La escritura no tuvo nada que ver. Fue una decisión que tomé por amor.
¿Qué significa para usted la palabra Haina?
En Haina crecí y es donde está mi madre. Haina es mi hogar.
Usted vive actualmente en Sabadell, una pequeña Ciudad de Barcelona. ¿Escribe todo el tiempo?
¿Ha trabajado en otros sitios allí?
Dedico gran parte de mi tiempo a tareas relacionadas no solo con mi escritura, también con la escritura de otras personas. La escritura es un oficio muy solitario, de manera que a mí me complace tener la posibilidad de trabajar en equipo.
Actualmente trabajo en la creación de un proyecto editorial que reunirá a varias autoras y hago unas tutorías para una especialización en Escrituras Creativas de la Universidad Icesi de Cali. Además de escribir para El Espectador, escribo con frecuencia para la revista literaria El Malpensante, hago revisiones de textos para otros autores y, de vez cuando, organizo clubes de lectura. Son tareas demandantes pero no les dedico todo mi tiempo. Para escribir hay que vivir.
En cuanto a su segunda pregunta, hace algunos años, cuando intentaba encontrar mi lugar en mi país de acogida, estudié para trabajar como auxiliar de jardín de infancia. Trabajé en una guardería durante un tiempo. Estuve unos años en una compañía de seguros y luego en una empresa francesa que diseñaba campañas para reconocidas organizaciones no gubernamentales que trabajan a favor del medioambiente y la infancia.
Dicen las malas lenguas que a los escritores del tercer mundo les cuesta trabajo triunfar cuando emigran, salvo escasas excepciones. ¿Cómo se las ingenia para vivir, escribir y publicar dentro de una sociedad tan disímil como la española?
Ser de donde soy, de un lugar que “las malas lenguas” ubican en el último puesto del orden de los mundos, es una riqueza que he aprendido a apreciar aún más desde la distancia. Mi experiencia con la escritura está atravesada por mi memoria, por mi cultura, por mi acento, por mis encuentros con otros y otras, por un arduo trabajo, por lecturas, viajes… Las satisfacciones que me ha dado la escritura no son medibles, ni siquiera creo que sean expresables con palabras. No creo que he llegado a ningún destino, como quien después de una carrera agotadora alcanza la meta y recibe un trofeo, si tuviera esa sensación me aplastaría el hastío. Vivir es un arte en el que intento entrenarme a diario. Me aterra esa idea que espantaba a Thoreau, “darme cuenta, en el momento de morir, de que no había vivido”. Escribir es parte importante de mi vida, y también la música, la compañía de los amigos, las personas y los lugares amados, de aquí y de allá. Doy todo lo que tengo, trabajo duro y sigo mi instinto.