POR ALBERTO QUEZADA
El siglo XXI, sin dudas, ha traído a la humanidad múltiples situaciones que confirman que la vida y los acontecimientos humanos son dialécticos y que por más que queramos no es posible mantenerse estáticos.
Cada vez se hace más evidente de que la posmodernidad a la que asistimos nos conduce de manera inevitable a la conclusión de que todo cambia o se transforma muy a pesar de nuestros deseos y verdades.
La dialéctica es implacable, imponente, avasallante, no tiene piedad ante nada ni nadie; ella no necesita a nadie, se basta así mismo para imponerse como perpetua verdad inexorable.
¿Pero cuál es el significado de la palabra dialéctica y la concepción que de ella tenían algunas de las mentes más iluminadas de la antigüedad y el siglo XIX?. Veamos.
En primer lugar, la palabra dialéctica viene del griego “dialogo” que significa sostener conversación, polémica. En cambio, algunos filósofos de la antigüedad entendían por dialéctica el arte de descubrir la verdad poniendo de manifiesto las contradicciones en la argumentación del adversario y superando estas contradicciones.
Posteriormente, la dialéctica se convirtió en la teoría de las conexiones y del desarrollo universal. Se considera que todos los fenómenos están sujetos a perpetuo movimiento y cambio, y que el desarrollo de la Naturaleza es el resultado del desarrollo y de la lucha de sus contradicciones.
Sin embargo, el célebre filósofo materialista de la antigüedad, Heráclito, enseñaba que todo es y no es, pues todo fluye, todo se halla sujeto a un proceso de transformación, de incesante nacimiento y caducidad.
En cambio, para Carl Marx, la dialéctica concibe al movimiento como uno de los elementos más importantes para el ser “la realidad está sometida al devenir y la historia”, es decir, quien no comprenda el cambio como un proceso que forma parte de la construcción de un objeto, es incapaz de comprender la concepción del objeto.
Si analizamos con serenidad los procesos sociales, históricos, económicos y culturales que estamos padeciendo, hay que concluir que estamos en presencia de un ejercicio dialectico sin precedente de la humanidad, cuyos efectos positivos y negativos deberán ser temas de reflexión futura de aquellos curiosos que se sientan atraídos por la historia, filosofía, sociología y la antropología. No hay dudas.
El autor es periodista y magíster en derecho y relaciones internacionales. Reside Santo Domingo. Quezada.alberto218@gmail.com