Manuel Campo Vidal
Madrid, España
Nuevos capítulos de la imaginaria serie “Política española trepidante”. El lunes comenzó el terremoto: Pablo Iglesias anunció su salida del Gobierno para ser candidato en Madrid, con riesgo de cambiar una vicepresidencia nacional por un puesto en la oposición regional. A los tres días, Ciudadanos cambió su candidato en Madrid por Edmundo Bal; o sea, el portavoz centrista en el Parlamento nacional da un paso generoso con riesgo de quedarse como portavoz regional, o en la mismísima calle. ¿Qué tienen en común estas dos inesperadas decisiones? Pues que tanto Iglesias como Bal tratan de evitar la desaparición en Madrid de sus respectivos partidos; sin ellos, marcaban en las encuestas menos del 5 por ciento, mínimo para entrar en la Asamblea. Con el refuerzo de estos ilustres candidatos veremos en qué quedan. La batalla de Madrid del 4 de Mayo será determinante para la legislatura española.
Aún sin dejar el Gobierno, Iglesias ya polariza la política madrileña atacando directamente a la presidenta popular Isabel Ayuso, encantada del envite porque eso puede acercarla a la mayoría absoluta. Los partidos que quedan en medio de ese arco voltaico pueden electrocutarse, con sacrificio del socialista Ángel Gabilondo que podría ser mejor presidente que candidato.
Pablo Iglesias tiene otro objetivo: desmarcarse del presidente Pedro Sánchez con la Ley de Vivienda como pretexto. El período gubernamental de Podemos le ha pasado factura. Sentó mal lo de su chalet, aunque tenía derecho a adquirirlo; pero aún peor que impusiera el matrimonio en el Gobierno. Quería darle proyección a Irene Montero, quizás como futura heredera, pero es la peor valorada con él. Ocupará la vicepresidencia Yolanda Diez, la mejor ministra de la cuota Podemos. Es del Partido Comunista, pero ha sido capaz de llegar a acuerdos con patronales y sindicatos. El historiador Hilari Ragué, benedictino, nos narraba así los desmanes en la segunda República, años 30 del siglo XX: “Cuando en aquellas luchas de poder se supo que los comunistas habían vencido a los anarquistas, el mundo católico respiró”.
Con una polarización creciente de la política, reluce la necesidad de contar con un partido de centro, como bisagra para apoyar gobiernos de derecha o izquierda y escapar del chantaje nacionalista. Lo intentó Adolfo Suárez con el CDS, pero le venció la salud. Lo consiguió Albert Rivera con Ciudadanos, pero cuando entraba en puerto, estrelló el barco contra las rocas.
Sus náufragos sobreviven con muchas dificultades y errores, como la mal medida moción de censura en Murcia. Pierden gente a diario, aunque muchos de ellos más que centristas eran oportunistas. Higiene ética. Pero no están muertos. Las investigaciones reiteran que entre un siete y un diez por ciento del electorado reclama un partido de centro. Suficiente para existir, influir y muchas veces decidir. El PP de Pablo Casado quiere sumarlos a su causa pero un oficial veterano de campañas políticas, Paco Salazar, ahora número dos de Iván Redondo en Moncloa, corrige la aritmética: “Dos y dos en política no son cuatro, sino tres”. A pesar de la OPA popular contra Ciudadanos, Inés Arrimadas resiste. Tienen a Luis Garicano como excelente europarlamentario de influencia en Bruselas y a Edmundo Bal dispuesto a dar la batalla en Madrid. Este abogado del Estado, motero y percusionista en ratos libres, quiere dar la batalla por el centro. Será feroz. Pónganse a cubierto.