Oscar López Reyes
Después que le dieron una paliza en su postulación electoral presidencial, como premio de consolación a Alan Ignacio Macarrulos Fulgurita le pusieron el sombrero de Ministro Superior Plenipotenciario de la República, que exhibe como un monito mojado comiendo salchichas ruyías. Ni siquiera a Fuñendito, su asistente bruto y olvidadizo, no se ha dignado en recibirle una sola llamadita, ni aún cuando éste estaba haciendo una colecta para celebrarle el cumpleaños a su novia.
Como medio perdió el juicio, Alan Ignacio Macarulos Fulgurita se puso una pomada en su ojo mágico, y sólo abría y cerraba los parpados para decir: ¡tenemos que cumplir la orden del jefe supremo de no subir la nómina pública! Y a seguidas, con todo y su locura equilibrada, criticaba a su correligionaria fanática Josefa, quien -cual si fuera una princesa robusta- no la obedecía y en los pasillos de su Superintendencia voceaba, refiriéndose a los “PLDesplumados”: ¡sáquenlos a patadas limpias!, y que preparen los escritorios para los de nuestra cofradía.
Alan Ignacio Macarulos Fulgurita fue el candidato presidencial del partido, y todo aquel que se le acercaba y le anunciaba que iba a ganar con muchos votos, el pretendiente agrandaba los ojos como un bombillo, les levantaba los brazos a los charlatanes y les prometía villas y castillas, para cuando le guindaran la ñoña jefatural.
Al “camarada” antes citado se le enfrió el cerebro inmediatamente se sentó en el sillón grandote y, vanidoso, comenzó a mirar de reojos a sus acólitos. Su mollera ardiente, carcomida por la ceguera, y su adrenalina bajaron más rápido que una chichigua en banda. En pleno proselitismo, si alguien le advertía que iba a perder las elecciones, lo mandaba para donde el ginecólogo, le cerraba la boca con un pañuelo, lo empujaba y ordenaba que no le dieran de la picadera.
Cuando a ese Candidato Presidencial le preguntaban sobre los resultados de una encuesta acabada de realizar por una prestigiosa firma internacional, contestaba, sin analizarla pero jalándose los bigotes, que si lo daba como ganador era la más chula y estupenda del universo.
Pero, si la encuesta lo ponía abajo, tiraba un ¡Huy!, y decía que no servía ni para limpiarse los sobacos. Y, con el resguardo que la bruja Lola le amarró en un brazo y la cabeza poblada de fanfarronerías, señalaba que si se la llevaban la rompería en mil pedazos y en un mitin la arrojaría hacia el aire, como ahora hace la curtida de Josefa con el decreto de austeridad del número uno…
Alan Ignacio Macarulos Fulgurita vivía aburrido e inconforme con el cargo de Ministro Superior Plenipotenciario de la República, porque estaba frustrado por no haber podido subir a la cúpula de la imponente mansión mandataria, y por los rejuegos sucios de los electores y hasta de sus seguidores. Estos fueron sus relatos, que le provocaba raquiña.
En su primera contienda comicial, el Candidato Presidencial le entregó a su amigo El Atlántico, que era cabezón (esa grandeza no tenía nada que ver con enfermedad, científicamente comprobado), una cantidad de dinero para que votara por él, y luego de sufragar con el dedo le hizo la señal de triunfo.
La segunda vez, El Atlántico (propuesto como una reserva natural por la enormidad de su cráneo) recibió una suma mayor para repartirla entre militantes del partido (se cogió una parte) y, después de votar, volvió a hacerle el gesto de victoria.
Y en la tercera competición presidencial también repitió la acción: se embolsilló las migajas monetarias destinadas a los compinches de su boleta, abrazó fuertemente a “su candidato” y le levantó la mano derecha, vitoreándolo.
A los pocos meses, borracho y cansado de alzar el codo en una tertulia de tragos entre amigos, El Atlántico reveló que al Candidato le cogió los cuartos tres veces y lo echó por otros, porque le gustaba verlo cómo hacía gruños y protestaba cuando perdía.
Vencido, jamás! Con una ventaja abismal en su contra y el 99% de los votos contados por la Junta Electoral, Alan Ignacio Macarulos Fulgurita seguía con una fe de barrabasada de que ganará el certamen. ¡Batintín, Batantán, ni así nos vencerán!
Esperanzado en que se produjera un milagro del Padre Eterno, y de que Dios nunca lo abandonará, animaba a un fanático que hacía tocar una corneta, el Candidato Presidencial entonaba: ¡Peluquín, peluquín, nadie lo salva del “derrotín”!
Conteo y patada voladora. Colocado el Candidato Presidencial frente a una mesa repleta de manjar y bebidas exóticas, y rodeado de fanáticos cargados ilusiones, cuando escuchó que el primer boletín lo ponía por debajo, tiró una patada voladora y tumbó al suelo todos los platos y botellas.
En el segundo boletín descendió mucho más, y exclamó:
¡Fraude!, ¡fraude suculento!, maldiciendo a los observadores internacionales, porque en su cara dejaron que le arrebataran la victoria.
El Candidato siguió bajando y acelerándose, y antes de terminar el conteo electoral desde una mecedora cayó pataleando boca arriba, donde tuvieron que echarle alcanfor en los dos hoyos de la nariz. Un perro realengo tuvo que lametearle los sesos y los jarretes, y sólo así se quedó con la cabeza torcida, mirando hacia el cielo, pero vivo.
Tirando la puerta por la ventana desde su trino, y sin canturreos, la princesa Josefa refería que no le doblarán las tripas como a Alan Ignacio Macarulos Fulgurita, a quien los huesos de la cara le quedaron como una lámpara humeadora. La superintendente proclamó que en la próxima nadie le ganará, debido a que sabe repartir los puestos públicos entre su gente, y combatir a los chochos que se despidieron, no sólo tapándoles las cejas con los pampers que abandonaron, sino ocultándoles sus cuentas. ¿Fueron dejadas en verde, amarilla o roja?
Encima de sus escoltas, ella se burla de Alan Ignacio Macarulos Fulgurita. Recuerda que, cuando éste fue derrotado vergonzosamente, su compañero de partido se orinó en plena calle y sus seguidores lo cargaron dentro de una maleta hasta la casa. Sus compañeros pidieron que no le dieran más ají picante y el Candidato Presidencial con la voz estropajosa y por señas pidió que los simpatizantes que le acompañaban le devolvieran sus espejuelos, un pedazo del pantaloncillo y su cartera.
Con los buches más gordos que una princesa medieval, olvidando que parte de los suyos están involucrados en un lío que no es de ropa, y burlándose en la pandemia de la disposición presidencial que dispone reducir la burocracia estatal, Josefa parece que asimiló la experiencia sufrida por Alan Ignacio Macarulos Fulgurita. Y, para que no le pasen ese rodillo, aumentó la nómima de su Superintendencia, con los ojos más abiertos que un búho.
Luce que, con desparpajo, se vestirá de galas, quizás para más adelante encaramarse en otro convencillo gubernamental, con la compraventa clientelar de la militancia partidaria. ¡Buen viaje, y buena suerte!, benefactora bocachiquense, porque emula, 105 después, a Desiderio Arias.